Rodrigo Barrenechea y Eduardo Dargent
Politólogos cojudignos

Un dato muy curioso del virulento ataque de varios militantes de Perú Libre contra Aníbal Torres es que se le califique de caviar para desprestigiarlo. Un uso del término mucho más amplio que el original adoptado en los tempranos 2000, reservado para el pituco de izquierda democrática-institucionalista (ver al respecto Vergara 2010). Incluso más amplio que el uso más reciente por parte de la derecha dura, que relaja la dimensión ideológica para incluir a personas de derecha comprometidos con los derechos humanos (la liberal Rosa María Palacios sería caviar) y que también relaja la dimensión sociológica para incluir a no pitucos, como profesionales zurdos mesocráticos (Ronald Gamarra, corajudo abogado sanmarquino, también sería caviar). Pese a este estiramiento del concepto por parte de la DBA, una frontera permanecía en pie: la que separa a la izquierda dura de los caviares.

Esa frontera se ha roto. Con la misma ligereza con la que se practica el famoso “terruqueo”, Cerrón y sus incondicionales dentro de Perú Libre le han aplicado el lacerante caviareo a Anibal Torres y otros políticos del gabinete. Incluso miembros de Juntos por el Perú y Nuevo Perú, de procedencia popular y combativa, son caviares. No queda claro por qué lo son, sin embargo. La discusión conceptual de Cerrón es confusa, contradictoria.

En una entrevista con Milagros Leiva, Vladimir Cerrón mantiene la diferencia social y el radicalismo como clave para la diferencia entre los caviares y la izquierda “verdadera”: “Nosotros somos una izquierda socialista; no somos un izquierda criolla, caviar; somos una izquierda del campo, del Perú Profundo, que lleva una reivindicación de los pueblos olvidados de manera clasista y racista”. Uno se salva del caviarismo siendo radical, no criollo y “del campo”. No queda claro si un limeño radical mesocrático se salva de la condena, aunque el reparto de “Likes” de Cerrón en tuiter a miembros de este grupo parecería indicar que sí. Tampoco queda claro si Cerrón, más misti que niño símbolo del Perú profundo, se salva, la verdad.

Como sea, si nos guiamos por esta definición, ahora alguien de izquierda que vive en Lima y que muestra cualquier atisbo de institucionalismo o simpatía socialdemócrata es un caviar. Ni López Aliaga se atrevió a tanto. El ministro Torres es docente en una universidad pública y migrante cajamarquino. De pituco, poco o nada. Izquierdista es, y más próximo a quienes piden nueva constitución que a los caviares de Paniagua y Toledo. Pero eso ya no basta. Si seguimos a Cerrón, tendría que ser marxista-leninista para salvarse del epíteto. Y si Torres es caviar, muchos izquierdistas que se sentían a salvo de caer junto a él en ese saco de huevos de esturión. Imaginamos que a varios de los nuevos caviares les hervirá la sangre y querrán demostrar su procedencia popular y combativa (“¡yo ni conozco la Tiendecita Blanca!”, dirán). Muy tarde. Ya son caviares.

Pero si ya lo caviar parecía confuso, en otra entrevista concedida a Sudaca Cerrón termina diluyendo estos criterios de clasificación e incluye otros, en especial quién le paga al caviar. Caviar ahora sería “alguien que vive del Estado, sin proclamarse muchas veces de derecha y de izquierda, sin tomar partido ideológico y político como tal, y prefiere estar bien con todos, incluyendo el sistema. Pese a manejar en su discurso un lenguaje anti Estado, pero que en el fondo fortalece un núcleo duro del sistema.” Es decir, un falso izquierdista, un moderado que vive del Estado y no se define políticamente. En esta derivación salario-céntrica del caviarismo, Cerrón coincide con un sector de la derecha que ve a los caviares como un grupo de sanguijuelas presupuestófagas; su carácter definitivo que permite negarles cualquier convicción o creencia. El lector atento verá los problemas. Ya no queda claro dónde entrarían todos los clasificados como caviares según la primera definición, pero que no “viven del Estado”. Tampoco queda claro qué diablos significa “vivir” del Estado: ¿consultorías? ¿sueldos burocráticos? ¿proveedores? Parece más lo primero, pues vivir del Estado no parece ser un problema para varios Perulibristas que han recibido y reciben salario y pagos del Estado.

¿Está confundido, estimado lector? Nosotros también. Y es aquí donde creemos que más que intentar salvar el concepto del desorden en que lo ha dejado Vladimir toca abandonar la reflexión académica y aterrizar en la dura realidad de la política práctica. Ahí los conceptos tienen la profundidad de una chapa malintencionada. Son armas arrojadizas, que mutan en función de a quién se necesita chavetear. Sartori no ha inspirado las innovaciones conceptuales de Cerrón. No. Esta nueva faceta suya está motivada por el gabinete de Pedro Castillo, donde convive Perú Libre con otros actores cu-rio-sa-men-te calificados de caviares.

Entonces, ¿qué buscan Vladimir y sus adláteres con este caviareo sin rigor académico? Un medio para avanzar sus intereses de cortísimo plazo. El estiramiento de la dimensión sociológica, la demanda de uber-radicalización y la acusación de sanguijuelas presupuestales, sirve para excluir rivales al interior la coalición de gobierno. La confusa deriva salario-céntrica del concepto tiene por función acusar al mercenario. Por medio del insulto de tibieza, la vituperación de la condición mesocrática y la denuncia de angurria económica, se busca desplazar a quienes se ven como ajenos al “proyecto popular” del partido. En resumen, se trata de una elaboración teórico-conceptual del viejo “salte tú pa’ ponerme yo”.

Que Vladimir ponga la mira en los salarios no es del todo injustificado. En un país donde el rentismo se vive desde arriba y desde abajo, y desde todo lado, no cabe menospreciar el acceso a rentas como motivación para estar en política. Pero, vamos, tampoco exageremos ni caigamos en simplismos. Creer que ministros como Torres están allí por interés material es absurdo. Las acusaciones al ministro de “mercenario” o “caviar” dicen más de quienes las enuncian que del denunciado. Y estamos seguros que no todos en Perú Libre querrán un puesto de trabajo, sino garantizar su proyecto político. La vida es complicada cuando se deben distribuir rentas.

Lo que más nos importa, sin embargo, no es defender al ministro del mote de “caviar”. Lo que queremos es evitar que en medio de estas disputas vacíen de significado a ese término tan peruano que nos acompaña desde hace dos décadas. Ser caviar, como toda en la vida, siempre será algo relativo. Pero en los términos de Cerrón ya estamos frente al extremismo relativista, casi en “caviar será quien Cerrón dirá”.  Muy poco serio. Necesitamos salvar “lo caviar” de estos pleitos cortoplacistas y preservarlo para la posteridad.

Lo cual nos lleva a la conclusión. Creemos que la única vía para que el caviar como categoría política no desaparezca y para poner un poco de orden entre tanto caviareo arbitrario, es volver a su sentido original de pituco de izquierda democrática. Gracias a Dios vemos justo ahora un esforzado intento, desde la orilla opuesta al señor Cerrón, por retornar a ese núcleo seguro. El artículo “Por memoria y cojudignidad”, aparecido en la revista COSAS y escrito por Isabel Miro Quesada, hace precisamente aquello al equiparar “caviar” con “traidor de clase”. Es decir, un pituco rojo otra vez.

Pero hay más. No contenta con este importante aporte, la autora busca además darle profunidad a un nuevo membrete político de reciente aparición en nuestro ya nutrido universo semiótico local: el cojudigno. Pareciera implicar que caviar y cojudigno son conceptos sinónimos, o tal vez que el caviarismo contiene al cojudignismo. No queda claro y menos si incluye en el póster que acompaña la publicación a personajes como Daniel Salaverry tan alejados de la pituquería como de la izquierda. Esta empresa merece mayor rigor. Por eso, en nuestra próxima entrega, haremos una genealogía de la cojudignidad y resolveremos una pregunta que le quita el sueño a quienes se sienten parte de esta nueva categoría: ¿Es el cojudigno un subtipo de digno o un subtipo de cojudo? Una pregunta cojuda, pero a la vez muy digna de responderse.


                                       “Caviares” y su evolución conceptual

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