Texto preparado (con algunos cambios y reacomodos) para la presentación de la reedición del libro Homo Politicus: Manuel Pardo, la Cultura Política Peruana y sus Dilemas (1871-18789 de Carmen Mc Evoy (Planeta, Lima 2020).

Homo Politicus se lee bien porque nos presenta una gesta. Estuve buscando una cita de un escritor argentino, si mal no recuerdo, que aplica muy bien a lo que quiero transmitir. No la encontré. Créanme, existe, y es algo así: toda buena historia tiene un bueno, un malo y una confrontación final. Poniéndonos simplistas, en esta historia el bueno es Manuel Pardo, el malo es el sistema político del Leviatán Guanero y la batalla final es la elección presidencial de 1871-1872. El libro narra la lucha de Pardo y la Sociedad Independencia Electoral (el embrión del Partido Civil) contra un sistema de dominación que había logrado relativa estabilidad en el Perú post-anarquía de los primeros años de la república. Cierto orden todavía en medio de mucho desorden. Y contra lo esperado, ganan los buenos. Aunque, como veremos, al Leviatán nunca se le gana: se le contiene. Es bueno no olvidarlo en estos días.

¿A qué se enfrentaban Pardo y su partido? A un orden político patrimonialista, financiado con el guano; un orden corrupto y rentista. El guano fue una bendición y una maldición para el Perú. Sin guano difícilmente el país hubiese estado mejor, pues esos fondos sirvieron para construir Estado y pacificar conflictos. Pero en años de abundancia se crearon monstruos que se alimentaron, crecieron y nos acompañarán en el futuro, cuando hubo menos dinero para saciar su voracidad. Burocracias corruptas, fortunas mal habidas, formas patrimonialistas de funcionamiento político y económico, debilitamiento de otras actividades económicas necesarias para cuando desapareciera el guano. Mientras en esos años Chile gozó de un mejor contexto político e institucional para construir un Estado funcional y aprovechar sus recursos de mejor manera, aquí hubo mucha farra.

Con ese dinero se financió una forma de hacer política que permitió a los señores de la guerra asegurar su continuidad. Compra de caciques territoriales, clientelas diversas, prensa plumífera y sobones diversos. Y un mecanismo electoral de control y trafa que aseguraba la manipulación de las elecciones. Los líderes de esos años utilizan una pomposa retórica republicana que promete orden, invoca principios y resalta sus méritos, pero que es la escenografía de un mundo de favores y beneficios corruptos. El mecanismo además tritura a sus rivales, los aniquila con dinero, panfletos y puñales. Los que se oponen no pueden competir ni resistir su fuerza. Por algo McEvoy lo llama Leviatán: “Pon tu mano sobre él; te acordarás de la batalla {y} no lo volverás a hacer. He aquí, falsa es tu esperanza; con sólo verlo serás derribado. Nadie hay tan audaz que lo despierte”.

Y sin embargo Pardo y su Liga Electoral lo derrotaron. O bueno, no tanto, lo contuvieron, lo hicieron retroceder. Porque al Leviatán nunca se le derrota, seamos sinceros. ¿Cómo se logró esa victoria? El libro resalta la retórica política que logró conquistar corazones y movilizar voluntades. Se articuló un discurso que resaltaba valores y aspiraciones de los insatisfechos y excluidos del poder: reforma del Estado, un nuevo modelo de educación ciudadana, expandir la frontera agrícola, fortalecimiento de la nación económica, descentralización municipal y la nacionalización del salitre. Pero hay otros aspectos que ayudan a entender porqué se logró balancear este enorme poder. Los cambios económicos ya habían producido una capa de propietarios y mercaderes a los que el sistema castigaba y dañaba. La Liga acumuló suficientes recursos y presencia territorial para desafiar al sistema en muchos frentes. Varios de estos “héroes”, además, se enriquecieron por el guano y sus excedentes. El mismo Pardo hizo fortuna en un mundo de especulación y contactos. Además, las formas políticas de esta alianza también fueron guerreras cuando debieron serlo, y su organización amplia para disputar el trabajo coordinado de matones y clientelas en mesas electorales. Finalmente, también hubo suerte, pues la reacción popular por el fracaso del golpe de los hermanos Gutiérrez en 1972 terminó de sellar la lucha.

Hay en esta gesta, entonces, lecciones importantes sobre la importancia de ideas y valores políticos que buscan movilizar para construir un sistema nuevo. El republicanismo versión Pardo, sus ideas liberales en cuanto a control del poder y su progresismo social, dieron un horizonte común que motivó a sus aliados. No creo que estas ideas fueran dominantes en el país, en el pasado ni en el Perú contemporáneo. Conviven con muchas otras ideas y con una sociedad patrimonialista, con sólidas raíces en nuestra desigualdad. Pero tampoco caigo en ese fatalismo supuestamente realista que dice que esas ideas son irrelevantes, que ese patrimonialismo que, por ejemplo, vemos hoy en el Congreso y el Ejecutivo es como realmente somos. “Así es el Perú”. Más bien, la historia nos muestra reacciones ciudadanas demandando buen gobierno y por limitar la corrupción. Una parte de la población reconoce con facilidad las coartadas principistas que esconden intereses calatos, corruptos. Y felizmente también hay quienes distinguen una acusación con trampa, la maldad de quienes quieren hacernos pensar que “todo es lo mismo”. Esos poderes son enormes, pero con frecuencia terminan sobre representados y arrinconando a quienes buscan de la política algo mejor. La lucha de Pardo politizó esos valores, mostró los costos de ese sistema, y avanzó hacia un objetivo de país distinto resistiendo difamaciones y ataques de todo tipo.

Hay un final triste en esta historia como vemos en el último capítulo. El Homo Politicus llega al poder con un país en crisis económica, con el recurso dilapidado por funcionarios y consignatarios corruptos y sin fuentes de reemplazo. Los pedazos del país que eran atados por el Leviatán dependían del flujo de recursos. No se construye Estado sin dinero; el reformador llegó tarde al poder y no pudo construir un sistema alternativo. Su muerte dos años después de dejar el gobierno impidieron lo que puso ser una segunda oportunidad de empujar esta agenda. Unos años después vendría la guerra del pacífico que también impediría que buenos años económicos sean canalizados hacia construir mejores instituciones, destruyendo economías agrarias del norte del país que podrían haber dado más espacio a otro tipo de clases sociales y mayor riqueza en las capas medias y bajas. El contrafáctico que nos presentan estos escenarios alternativos, no hay que olvidarlo, no es el de un Perú libre de corrupción y con instituciones sólidas. Los desafíos de la inclusión en el Siglo XX en un país altamente desigual hubiesen sido igual titánicos. El contrafáctico es más modesto: pudimos usar mejor la riqueza del guano, fortalecer un Estado más profesional y ampliar la riqueza social para enfrentar un siglo XX muy complicado. Quizás un siglo XX un poco más en dirección a Chile, Costa Rica, Uruguay que de Ecuador, Bolivia o Guatemala. Eso no quita, sin embargo, el valor de la gesta y la victoria momentánea obtenida. Porque si reconocemos que al Leviatán no se le derrota, se le contiene, pues no es poca cosa. Una gesta con todo lo que necesita una gesta.

Y bueno, digamos lo obvio: el libro también se lee bien porque sin duda interpela el momento en que será leído. Leí la primera edición en el post fujimorismo, tras la caída de un leviatán que también compró y reprimió, y al que premiamos y dimos amplia correa por traernos “orden” después de una democracia insuficiente. Y claro, leerlo en días en los que vemos un nuevo patrimonialismo creciendo también lleva a obvios paralelos. Tenemos un Ejecutivo y un Congreso enfrentados por la conservación o cambio radical de lo que teníamos, pero a la vez capaces de pactar en su apego al patrimonialismo, la desregulación, el desmantelamiento del Estado. Y claro, atacar valores de libertad e igualdad. Distan de ser un Leviatán, más bien están muy desprestigiados. La impopularidad de gobierno y Congreso los hace débiles. Pero hay también debilidad en quienes suelen protestar contra estos abusos. Vivir en democracia por un periodo largo ha hecho más difícil vender la ilusión de que este sistema traerá cambios positivos, me parece. Más si esa democracia ha fallado grotescamente. ¿Qué nos indica que el líder que dirigió la caída del Leviatán Fujimorista se vendiera por obras públicas? ¿Qué nos muestra el caso Odebrecht sobre la vacuidad de los discursos democráticos? La corruptela, la polarización de campaña, la arrogancia frente a las necesidades urgentes, ha deslegitimado a quienes alegan actuar por el bien común. Y para colmo se ha vaciado al interior de los partidos, o en nuevos partidos, la representación de estas banderas.

Se necesitan nuevos horizontes que hagan creíbles proyectos democráticos que rescaten esos valores republicanos que son tanto parte de nuestra tradición como el patrimonialismo que hoy nos gobierna. No creo en los consensos, más bien se extrañan izquierdas y derechas capaces de plantarse a un lado pero también construir consensos y poner diques. Estos proyectos no estarán solos, por supuesto. El patrimonialismo de izquierdas, centro y derechas también tiene espacios. Sin hablar del fanatismo ideológico de ambos lados. Y, más allá de la importancia de la sociedad civil o la hoy escasa protesta ciudadana, creo que esto solo se hará desde la política electoral. Sabemos que al Leviatán patrimonialista no se le derrota, se le contiene. Pero si no se le contiene puede que esta vez sí nos derrote.

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