Cartas de juventud a Vargas Llosa
La juventud le escribe a Vargas Llosa, Epicentro Tv

La juventud le escribe a Vargas Llosa

Me hice lector con La ciudad y los perros, cuando tenía doce años. Saqué el libro de la biblioteca de mi colegio, una mañana en primero de secundaria mientras el resto de mis compañeros estaban en las canchas de deporte en clase de educación física. Yo tenía licencia de quedarme en el salón por un resfriado del que recién salía, pero eso no me detuvo poder ponerme el casacón y enfrentar la garúa de invierno para acercarme a la bibliotecaria con la inocencia de quien no sabe que está por hacer algo que cambiará su vida.

Mi ingreso a la universidad estuvo marcado por la pandemia de Covid-19 y por la lectura de El Pez en el Agua. Por entonces la lectura ya se había vuelto una adicción en mi vida y procuraba que siempre llegaran libros nuevos a mi casa. Me perdí en las páginas de aquella autobiografía. Simplemente resultaba asombroso para un joven como yo que alguien haya vivido tanto, que haya hecho de su juventud una aventura y que su vida transformada en obra sea un tributo al arrojo. Leer El Pez en el Agua en mi primer año de universidad fue una experiencia fulminante para un corazón que moría por adentrarse en el mundo.

La realidad se imponía, sin embargo. Cualquier sentimiento de excitación se incineraba casi instantáneamente por la realidad que vivíamos: la pandemia, que me hacía inalcanzable aquella aventura de juventud de la que leía. Después, otras circunstancias me hicieron justicia, pero no puedo  olvidar que fue ese libro el que me abrazó, aunque no sin causarme cierto dolor, en un momento en que todo era desolador. Ese año, 2021, también estuvo marcado por otros sucesos. La elección presidencial de ese año, que en otros tiempos hubiera marcado el estallido de una guerra civil, enfrentó  a peruanos, amigos y familiares, y a mí me confrontó con el hombre a quien admiraba. 

Para un joven progresista de izquierda (mucho más intransigente de lo que me gustaría aceptar ahora) era difícil encontrar un lugar en donde ubicar a su antiguo ídolo. Los jacobinos nunca son compasivos a la hora de usar la guillotina, eso con el tiempo no ha cambiado. El gran novelista que iluminó mi juventud pasó de pronto a ser un desterrado en la Siberia moral a la que, autoritariamente, envía muchas veces el progresismo a las voces que no forman parte del coro. Se hablaba de él como un distorsionado, cómo alguien que había perdido el camino. El que había sido también un joven de izquierda no tenía reparos en señalar su adhesión a proyectos nefastos. Atamos al escritor a cargar con su pensamiento primigenio, olvidando que  mentes como la suya no se le puede exigir permanecer estática.

En lo personal, muchos de sus últimos cálculos políticos me siguen pareciendo errados. De igual manera, durante mucho tiempo me sorprendió la aparente incoherencia que se extendía entre sus obras y sus intervenciones políticas. Sus novelas, incluso las más recientes, harían impensables las adhesiones políticas de su autor. Pero a veces así son las cosas, y así deben ser. Creo que ahora entiendo la gran coherencia de la vida de Mario Vargas Llosa: la de siempre haber apostado por la democracia como valor supremo, aunque en el camino nos podamos equivocar de etiqueta. Un régimen que aspira a construirse por personas será imperfecto por naturaleza. Abrazar la democracia como lo hizo Vargas Llosa es abrazar a las personas como son y no como nos gustaría que fueran en alguna utopía. 

Ese compromiso con la democracia fue otro gran legado para la humanidad de este autor magnánimo. Asumió la vida desde la aventura de reflexionarlo todo, armado con una espada de libros. Entendía que en el camino podría equivocarse, pero que nada perfecto ni seguro valdría realmente la pena. Sus libros son un tributo a la especie humana. Su arrojo hacia el pensamiento es una epopeya intelectual. Es un orgullo que haya sido peruano, así como que su legado artístico esté tan ligado con nuestro país. Es, asimismo, un alivio que su partida se haya dado luego de haber encontrado herederos políticos entre sus compatriotas en un nuevo y prometedor partido liberal. Puedo decir, con la seguridad que me da conocer a algunos de sus militantes, así como haber compartido y discrepado con ellos, que no cederán nunca en sus esfuerzos por seguir dando al Perú coherencia, cuestionamiento y valentía.  

Ayer se cerró el libro de un hombre que vivió de forma tan espectacular como cualquiera de sus novelas. El Perú amanece sin el gran tribuno de sus letras. Podemos honrarlo tomándole la posta en su misión de caballero andante en busca del enemigo con forma de demagogia, opresión y silencio. Hace unos años el autor dijo en una entrevista para la BBC que la existencia de la muerte es lo que hace maravillosa la vida; una postura atrevida, sin dejar de ser humilde. Sin embargo, a lo que todo lector sí le tiene pánico es a un hecho que estratégicamente decidimos poner bajo la alfombra: que jamás nos va a alcanzar la vida para leer lo suficiente. Ojalá, donde esté, Mario Vargas Llosa sea por fin libre de la amenaza del tiempo para que la aventura de leer sea finalmente eterna.