Falso equilibrio: análisis del caso Hurtado
El caso Hurtado  O el falso equilibro de lo banal, Epicentro Tv

El caso Hurtado o el falso equilibro de lo banal

Probablemente, el caso contra Suicho, Hurtado y Peralta tenga todas las características necesarias para justificar el efecto que ha producido. La historia del comediante que deviene en conductor de televisión y de allí en traficante de influencias seduce, acaso por razones absolutamente ambiguas. Se trata de un hombre de clase media que asciende y exhibe grotescamente su ascenso para luego - este parece ser el sentido de este capítulo de su vida - caer estrepitosamente. La caída parece asociada al momento en que intentó instalarse en un escenario particularmente convulsionado: el comercio de oro ilegal.

Fuera de la historia sobre las relaciones de Hurtado con políticos de la derecha peruana no sabemos con precisión, al menos no aún, a quienes patrocinó antes de esta escena. Pero su incursión en el mundo del oro incautado y el lavado de activos parece haber originado una reacción sin reversa que pueda cambiar su destino.

La historia de hecho parece llamada a ocupar un espacio semejante al que tuvo entre nosotros hace muy poco el caso de Sada Goray, una joven empresaria que hizo fortuna traficando con terrenos y relaciones hasta que quedó expuesta ante la justicia, provocando una crisis cuyas repercusiones aún no terminan. También en esa historia quedó expuesto un personaje del mundo de la televisión, Mauricio Fernandini, que tenía una reputación distinta a la de Hurtado, pero que, aunque aparentemente en otra dimensión, terminó involucrándose en ese planeta de formas porosas que genera una sociedad concentrada en la negociación de influencias.

Comparar los dos casos deja al descubierto varias constataciones. La corrosión del sistema institucional que se expande ante nuestros ojos desde el 2016 está produciendo un desplazamiento de la gestión institucional de intereses hacia el tráfico puro, duro y a gran escala. El tráfico abre un mercado en competencia feroz que cada tanto expulsa a piezas del rompecabezas y las reemplaza por otras en ascenso. La caída de esa ruleta se muestra avasalladora. Y como el ascenso en ella, profundamente caprichosa. Generalmente viene reforzada por delaciones negociadas que refuerzan el atractivo de estas historias.

Un muy consultado profesor argentino, Eugenio Raúl Zaffaroni, solía decir que una mafia solo llega a ser expuesta cuando otra encuentra necesario exponerla. Claro, cuando se trata de una mafia o una red de tráfico de influencias el sistema legal tiene que reaccionar venga de donde venga la noticia. Pero en casos como estos, el de Goray y el de Hurtado la pregunta que queda flotando en el ambiente siempre es la misma ¿quién ha dejado esta vez el bulto en nuestra puerta?

Si volvemos a comparar las historias del caso Goray con el caso Hurtado quizá encontremos una clave: la presencia de la fiscal Peralta. No hay nadie de la fiscalía en el entorno de Sada Goray. Pero hay una fiscal en el caso de Hurtado. Ella ha sido acusada de haber recibido dinero para confirmar la liberación de un cargamento de oro incautado cuyo valor ha sido estimado en US$ 10 millones, en una operación a la que se asigna un costo de US$ 1 millón en sobornos. Pero también se le atribuye haber usado su posición para generar un segundo caso por lavado de activos cuando el dinero se acabó o los clientes de Hurtado decidieron salir del juego.

La fiscal Peralta, que ha sido inmediatamente separada del puesto, ha negado todos los cargos. Serán las investigaciones oficiales o finalmente una nueva delación suya las que definan qué papel pudo haber jugado o terminará jugando en esta historia. Pero, entre tanto, su ubicación en la trama pone sobre la mesa un elemento en el que es preciso reparar:  un sistema basado en el simple canje de influencias desarrolla una enorme capacidad extorsiva.

A quienes trafican con metales, drogas, personas o madera puede parecerles una idea estupenda tener un sistema concentrado que pueda manejarse con algo de dinero y unas cuantas llamadas por teléfono. Mirando las cosas en perspectiva, el ascenso de Montesinos en los años 90 también se explica, entre otros factores, por el atractivo que genera en una sociedad tendencialmente corrupta tener al frente "una sola persona con quien hablar". Nosotros parecemos destinados a no aprender nunca de lo que nos pasa, de modo que desde la caída de Montesinos nos hemos movido entre oligopolios de corrupción que, ahora está claro, fueron principalmente alentados por Odebrecht y el club de la Construcción hasta estallar en mil pedazos y dejar el sistema abierto para la expansión del tráfico de metales y de universidades no licenciadas, entre otros especímenes de nuestro bestiario nacional. La concentración de influencias que se está generando desde el Congreso, que cada día devora nuevos espacios, parece orientada en la misma dirección: Ofrecer un sistema concentrado de influencias en el que nuevamente haya uno, dos o tres botones que puedan ser apretados en caso sea necesario resolver problemas de imposible solución.

La característica principal del momento quizá sea esa: el sistema está impregnado de nuevas redes de influencia. Pero la clave del modelo, insisto, está en la capacidad extorsiva del sistema y la dinámica que ella impone.

Las redes de influencias no están construidas sobre un pegamento que las sostenga. No se apoyan en deberes y las solidaridades de encubrimiento que generan son muy precarias. Puestas en riesgo, ellas extorsionan, chantajean. Y como en estos asuntos no existe el monopolio perfecto o eterno, siempre habrá un rival o un competidor o un cliente enojado que precipite la caída de quien encabeza alguna red de este tipo.

Los Suicho, que lideran las revelaciones de esta historia, son en verdad delatores públicos. La historia que Ana Suicho contó a Beto Ortiz es la historia de un grupo involucrado con el tráfico de metales que se harta de un patrón de sobornos del que han sido clientes y denuncia lo que ellos mismos y su entorno han estado haciendo. En una expresión menos acabada de esta forma de explotar, Sada Goray sostuvo haber sido víctima de extorsiones antes de pedir que la reciban como delatora. Difícil digerir que quien se harta de este juego pase de inmediato a ser reconocida como víctima del torneo en que participó. Benavides terminó denunciando a Boluarte. Los antecedentes del caso registran a alguien en el Congreso, un anónimo que, estando vinculado a la red de influencias de Benavides, terminó entregando imágenes de las conversaciones por las que se canjeaba casos legales contra votos.

Enorme paradoja. Las mafias quieren interlocutores concentrados. Pero esos interlocutores desarrollan con frecuencia una considerable capacidad extorsiva que pone en tensión permanente al esquema mismo.

En el dilema, las mafias, en su falsa visión del equilibrio, prefieren siempre exponerse a las extorsiones que el sistema genera para de inmediato depurarlas reemplazando a los personajes de cada historia por otros nuevos postulantes al ascenso. Quizá por eso las mafias dejan que la población sea extorsionada en sus propios barrios. De alguna manera la expansión barrial del crimen organizado, la imposición de cupos, nos adoctrina. Nos enseña en qué mundo quieren las mafias que vivamos.

Así como comienzan a manejarse nuestros barrios es como quieren que se maneje al país.