Gustavo Petro y Pedro Castillo, dos presidentes y una sola forma de gobernar

Gustavo Petro y Pedro Castillo, dos presidentes y una sola forma de goberna, Epicentro tv

Petro Castillo 

Con el alevoso atentado que tiene entre la vida y la muerte al senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, en Colombia se activó la memoria celular de un país que ha visto demasiada sangre derramada. Recordamos los horribles años 89 y 90 en los que fueron asesinados cinco candidatos presidenciales. Volvimos a tener en la boca el sabor del reto de los criminales. Pero, a diferencia de aquellos años, hoy  no tenemos un presidente con entereza para liderar el país en lo que parece ser el inicio de una nueva horrible noche. Gustavo Petro ha sido inferior al desafío de ser el primer presidente de izquierda de Colombia.  

Petro ha dilapidado todo lo que tuvo en abundancia cuando ganó la presidencia. Derrocha en palabras sin sentido, desaparece sin explicación, profundiza los odios, acusa sin pruebas, descalifica a los que no piensan como él, se muestra autoritario y amenazante, ejerce como jefe de la oposición a su propio gobierno, desprecia el conocimiento y la preparación, improvisa con la seguridad que da la frivolidad y envalentona a los radicales.  


Petro traicionó la ilusión de que era posible abrir el escenario político para alguien que no estaba en el ámbito de lo que en Colombia se conoce como "El Establecimiento". Petro fue una ilusión, primero entendida como esperanza y luego relegada a vano espejismo, a ficción.   

Cuando Gustavo Petro ganó la presidencia, mucha gente en Perú y Colombia quiso ver similitudes con Pedro Castillo, quien ya llevaba un año en el poder y naufragaba entre la incompetencia, los escándalos de corrupción y el acoso de una oposición que nunca le dio tregua. No me sumé a ese coro. No vi en el Gustavo Petro de 2022 al presidente errático y agónico que era Pedro Castillo y siempre rechacé la comparación. 

A mi juicio las diferencias eran abismales. Petro tenía formación académica: era economista, con estudios de postgrado; tenía experiencia política: había sido concejal, representante a la Cámara, senador, alcalde de Bogotá; había logrado conformar una coalición parlamentaria sólida que lo apoyaba; parecía más atemperado que cuando ejerció la alcaldía, y, sobre todo, declaraba haber entendido la magnitud del reto que enfrentaba: era consciente de que necesitaba un amplio apoyo para hacer las transformaciones que decía que quería conseguir.  

En cambio, Pedro Castillo era un maestro con poca formación, sin más trayectoria que su caótico liderazgo en el paro del 2017, que llegó al poder casi por azar, con un plan de gobierno imposible de 77 páginas que le había impuesto Vladimir Cerrón y sin la posibilidad de ejecutar el cambio real más allá del símbolo que encarnaba su llegada al poder. Ya entonces, Castillo había demostrado su incapacidad para conformar un equipo de gobierno competente y ejercer el mandato en forma prolija, además de que era evidente su poca pericia para soportar los embates de la oposición sin cuartel que incluso meses después seguía desconociendo su victoria electoral.  


Por esas diferencias me parecía entonces que era una temeridad compararlos. Hoy recojo mis palabras. Gustavo Petro ha seguido un camino bastante parecido al de Pedro Castillo, a pesar de las diferencias entre ellos que siguen siendo reales.  

Los ministros que daban confianza 

Petro y Castillo llegaron al poder en medio de una gran desconfianza por sus planteamientos de izquierda y de cambio. La prevención de los ciudadanos tenía razones válidas por sus planes de gobierno y sus anuncios de campaña, particularmente en temas económicos. 

Castillo designó como primer ministro de Economía a Pedro Francke que daba ciertas garantías incluso para los más radicales opositores. Nunca se sumó a los discursos nacionalizadores del primer ministro Guido Bellido ni hizo la farra fiscal que vemos hoy en el MEF de Dina Boluarte. 

Gustavo Petro nombró en esa cartera a un economista sólido y respetable, José Antonio Ocampo, quien tranquilizó a los que tenían legítimas inquietudes sobre el manejo económico del gobierno. Sin embargo, Petro empezó muy pronto a desautorizar públicamente las decisiones de Ocampo y trascendieron sus desplantes y maltratos.  

Ocampo duró 8 meses como ministro de Hacienda en Colombia. Pedro Francke duró 6 meses como ministro de Economía y Finanzas en Perú.  

Castillo desdeñó el talento y la experiencia de ministros técnicos y respetables como Avelino Guillén y Mirtha Vásquez. Gustavo Petro hizo lo mismo con Cecilia López, de amplia trayectoria y respetabilidad en el sector económico y agrícola, y Alejandro Gaviria, excandidato presidencial, ex jefe de Planeación Nacional, ex ministro de salud y a quien le confió el Ministerio de Educación. 

Castillo nombró canciller a un hombre de larga tradición de izquierda, Héctor Béjar, militante de una guerrilla en los años 60, nacido en 1935, quien salió muy rápido del gabinete tras el escándalo por la revelación de unas declaraciones suyas que fueron interpretadas como un ataque a la Marina de Guerra. Petro nombró canciller a Álvaro Leyva Durán, nacido en 1942, de origen conservador con una larga trayectoria de cercanía a las FARC a través de varios procesos de paz en los que participó como mediador. Leyva estuvo año y medio en el cargo y hoy es uno de los más grandes contradictores de Petro, a quien acusa de tener una severa adicción a las drogas y de incumplir abiertamente sus deberes como mandatario.  

El primer gabinete colombiano que había dado garantía de capacidad técnica y responsabilidad, duró 8 meses: en abril de 2023, Petro destituyó a 7 de sus mejores ministros entre los que había diferentes perfiles ideológicos pero similares capacidades técnicas. 

La inestabilidad en el gabinete fue el sello distintivo del breve gobierno de Pedro Castillo: tuvo 78 ministros en apenas 495 días de gobierno. El promedio de duración en las carteras fue de 91 días, mientras que Gustavo Petro lleva 42 ministros en 1.040 días de gobierno, algo que no tiene antecedentes en un país como Colombia en donde la estabilidad al frente de los ministerios es mucho más alta. Economía, Interior y Relaciones Exteriores son los despachos con más alta rotación.  

Entre "amigos" 

Tras la salida de los ministros más solventes, Castillo y Petro decidieron jugársela por sus "amigos" y "sobrinos", por los que siempre les dirían que sí. Castillo puso a gente a su alrededor como Juan Silva y Geiner Alvarado, procesados por corrupción e incluso uno de ellos aún prófugo. Gustavo Petro se ha aferrado a personajes como Laura Sarabia, actual canciller, y Armando Benedetti, actual ministro del Interior, quienes tienen varias investigaciones penales y le dan a Petro la confianza de su complicidad.  

El apoyo en el Congreso 

Pedro Castillo llegó a la presidencia con una fuerte oposición política, pero con una bancada sólida en el Congreso. Una bancada que le permitió resistir los primeros intentos de vacancia. Contaba con su partido, Perú Libre, el Bloque Magisterial, Juntos por el Perú y un cierto respaldo de Acción Popular, Somos Perú y el Partido Morado. De hecho, en el primer intento de vacancia en su contra, en diciembre de 2021 hubo 76 votos en contra. Pero esa unidad se quebró en medio de exigencias de más y más cuotas para Vladimir Cerrón y para los partidos que lo apoyaban, y ante la incapacidad de Castillo y sus ministros para ejercer un liderazgo que condujera la agenda legislativa.  

Gustavo Petro asumió el cargo con la coalición parlamentarias más sólida de las últimas décadas en Colombia, integrada no solo por los partidos de izquierda del Pacto Histórico que lo llevó a la presidencia,  sino, además, por el Partido Liberal, el Conservador y el Partido de la U. Ocho meses después de iniciado el gobierno, Petro pateó el tablero en medio de la discusión de la reforma a la Salud y él mismo disolvió la coalición.  

La corrupción en el Congreso 

En Perú, las declaraciones de la gestora de intereses Karelim López pusieron al descubierto el caso Los Niños, el escándalo de canje de respaldo en el Congreso a cambio de cuotas en el gobierno y contratos en los que los congresistas tenían intereses. En Colombia, el escándalo que involucra al gobierno con el Congreso es de unas dimensiones mayores. Los expresidentes de Cámara y Senado están hoy presos tras develarse que, a través de la Unidad de Gestión de Riesgos y Desastres controlada por el Departamento Administrativo de la Presidencia, se desviaron al menos 380 mil millones de pesos, unos 350 millones de soles, que se repartieron como sobornos entre funcionarios y congresistas a cambio de apoyo a la agenda legislativa de Petro.  

La familia  

El flanco más débil de Pedro Castillo fue su familia. Las acusaciones contra Yennifer Paredes, la cuñada a quien Castillo crio como una hija, marcaron el fin de su gobierno. Paredes fue detenida y acusada de gestionar fondos públicos en beneficio de su entorno. Las presuntas coimas a sus hermanos y sobrinos terminaron de acorralarlo y lo llevaron a tomar la decisión del autogolpe.  

La familia también es el punto vulnerable de Gustavo Petro. Su hijo Nicolás, también activo en política, se vio implicado en un enorme escándalo de desvío de fondos de campaña, recolección de dineros de origen sospechoso y la evidencia de un ritmo de vida que era imposible de sostener con el sueldo de diputado en la costa Atlántica. La Fiscalía estableció que gastaba 200 millones de pesos al mes y ganaba 13.  

Mientras Castillo asumió el pasivo de su cuñada tratada como hija, Petro deslindó de la paternidad, diciendo que el problema fundamental es que él no pudo criar a su hijo porque Nicolás creció con su madre, cuando él estaba en la clandestinidad en la guerrilla.  

El pueblo, esa entelequia 

Acorralados, acosados por sus negligencias, omisiones y equivocaciones, Castillo y Petro apelaron al pueblo. En los peores momentos de la agonía de su gobierno, Castillo apeló al respaldo popular, convocó encuentros en Palacio de Gobierno con reservistas, ronderos, líderes comunales, promotores de las ollas comunes y otros dirigentes, mientras su primer ministro Aníbal Torres anunciaba que si tumbaban al presidente,  correrían "ríos de sangre".  

Petro no ha tenido la necesidad de apelar a un vocero como Anibal Torres. Es él mismo quien anuncia los ríos de sangre. Es él quien pronuncia discursos inflamados llamando al PUEBLO a "levantarse contra la opresión", a "rebelarse para no vivir otros cien años de soledad" y se autodenomina épicamente "El último Aureliano" en referencia al último integrante de la estirpe Buendía en la novela del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Petro se muestra como un caudillo incendiario que profundiza las contradicciones en un país que no necesita más candela en el fuego de la guerra que ha ardido por más de seis décadas y que ahora parece revivir. 

Petro acusa a periodistas y opositores de ser nazis, aliados de la mafia, paramilitares, corruptos y conspiradores. La denuncia de que planean un "golpe de estado" en su contra es permanente. Castillo no lo verbalizaba, en cambio su vicepresidenta y sucesora, Dina Boluarte, ha inventado y tratado de popularizar los términos "golpe blando" y "golpe blanco" como continua amenaza en su contra. 

El autogolpe 

Cercado, sin opciones y sin talento para maniobrar en la tormenta, Pedro Castillo decidió hacer el acto más inconstitucional, ilegal, temerario e inútil de su breve gobierno: el golpe del 7 de diciembre de 2022 que lo tiene preso y al borde de una condena por rebelión. Una orden de intervención de los poderes públicos que no tenía ninguna posibilidad de ejecutarse porque no contaba con ningún apoyo.  

Gustavo Petro no ha dado un golpe cantinflesco como el de Pedro Castillo, pero también ha hollado el orden constitucional al convocar una consulta popular para la que no tiene facultades. Petro argumenta que el Congreso actuó ilegalmente al hundir su proyecto de consulta popular para sacar adelante la reforma laboral que propuso el gobierno y que, en virtud de sus facultades (de todopoderoso, parece creer), puede hacer un "control de constitucionalidad" y convocar directamente el referéndum. No solo es un acto inconstitucional. Es inaplicable. Es tan inútil y peligroso como el golpe de Castillo. Al presidente peruano no lo acompañaron las Fuerzas Armadas a ejecutar su asalto a la democracia. Al colombiano, no lo van a acompañar las autoridades electorales para ejecutar su quiebre del orden constitucional.  

No, Gustavo Petro no es Pedro Castillo, pero se comporta como si lo fuera.