La extranjera

La extranjera, Epicentro TV

Extranjero

Una amiga me dice que se va del país donde ha vivido los últimos 18 años. No se quiere ir, ese lugar ya es ella. Da la noticia por teléfono, a bocajarro, sin adornos y con la frialdad de lo definitivo. Mi respuesta es el silencio. Deben haber sido ser segundos o un par de minutos pero aún me pesan. 

Los extranjeros obligados a serlo suelen vivir para volver, a los extranjeros voluntarios el ir y el volver se les acaba confundiendo de lugar. Mi amiga, al igual que yo, es una extranjera por voluntad. Ahora sin ella.


Su partida me ha hecho pensar en lo provisional que se cree que es la vida del extranjero, como si fuera una mudanza en la que nunca se terminan de colgar los cuadros, las bombillas andan desnudas y las ventanas tienen cortinas de gustos ajenos. La vida de un extranjero no cabe en una maleta de mano y dos de bodega, pero cuando se va o vuelve la tiene que hacer caber ahí. Con suerte podrá pagar un container pero cuánto entra en 4 metros cúbicos. ¿Qué dejar?, ¿Qué llevar?. La selección es perversa. El extranjero no suele comprar muebles definitivos pero se sienta en ellos para siempre. Cómo dejar y no volver a mirar las plantas que compró para demostrarse que vive aquí y ahora. Esas que se secaron y revivieron tantas veces, mejor dicho, que secó y revivió, en cada ida y venida. Cómo dejar esos primeros platos que compró jurándose que no significaban nada y han terminado por significarlo todo. Cómo dejar en el cubo de la basura del edificio esa caja de vinos maltrecha en la que siempre encontraba lo que buscaba. Cómo doblar ese mar  para que coja en un rincón de la maleta de mano. Cómo hacerle entender a la persona del counter que facturará su vida que tiene que  permitirle viajar con su Caballero de Noche porque no puede soportar la idea de que su olor no lo abrace más. Cómo decirle a la boca que se exilia de ese café milagroso que lo reconcilia con el universo y que solo venden en esa esquina que ya no pisará más. Cómo hará para dejar las palabras que aquí encontraron el sentido y que allá nadie entiende. Cómo meter en papel burbuja y con el rótulo de muy frágil a los que quiere y lo que es.   

Los hermanos de vida, los amigos, los que se nombran enemigos, los compañeros de trabajo, los conocidos y hasta los amores, casi todos, en algún momento, le recuerdan al extranjero su eventualidad como si fuera una condición médica irreversible. El extranjero es el amigo al que le preguntas ¿cuándo te vas? Suele ser el enemigo preferido de los cobardes y, el conocido al que no llamas por su nombre sino por su nacionalidad. El extranjero es también el amor de los más valientes porque siente multiplicado por dos, con diferencia horaria y tiene la maleta siempre a la mano es, también, el juego al amor de los más cobardes que lo eligen con premeditación porque piensan que es un animal acostumbrado a las despedidas y a las ausencias.  

En los segundos del extranjero y sin previo aviso se cuela: la nostalgia, la culpa, el miedo, la soledad, la rabia, la no pertenencia, la conciencia y consciencia de tener un hueco y hacerlo cada día más profundo, la debilidad, el echar de menos, el no comprender porqué, la obligación suicida de no defraudar, el pagar culpas con quienes no lo merecen, encontrarle sentido a lo que no lo tiene, el imperativo de aplacar lo implacable, el aferrarse a lo que no existe. En los segundos del extranjero también irrumpen, sin invocación: las alegrías más alegres, la risas más gigantes, las irreverencias más salvajes, la libertad más absoluta, las valentías más fieras, las lealtades más desinteresadas y los amores más eternos. Hay que ser generoso para meter un extranjero en tu vida, cogerlo de la mano y subirse a su noria sin miedo. 

Los extranjeros se reconocen entre sí, se huelen, se sonríen sin conocerse, se explican sin palabras. Los hay hijos de todas las tetas pero suelen, solemos, tener un común denominador: somos adictos dependientes a los apegos y si algo o alguien nos hace sentir en casa no nos iremos nunca de ahí. Si nos echan, casi siempre, los dejamos volver.     


Mi amiga, la que se va después de 18 años del lugar que la habita a ella, luego de dar la noticia de su ida (no me gusta la palabra partida, minimiza y suaviza la brutalidad), se protege del exilio inverso concentrándose en la mudanza. Echa convulsivamente papeles a la basura como si con ellos se fueran sus miedos. Tiene, ahora, muchas casas que mudar. Llegará allá y por un tiempo muy largo o, quizás, para siempre se sentirá también extranjera. Lo sabe y, esa conversación es corta y puntual mientras abre y cierra armarios y cajones de los que no es capaz de sacar nada. Abre y cierra, y cierra y abre como tratando de evitar que algo se le escape.

Dirán algunos que existen los whatsapps, las video llamadas, los mails que hacen que el contacto sea permanente y las distancias y la distancia se borren. Pero si alguien sabe que la virtualidad es solo un paliativo para el corazón, ese es el extranjero. La maldita virtualidad no toca, no ve el brillo del ojo, no abraza, no te tapa cuando hace frío, no huele, no se toma un café contigo, no te agarra de la mano, no te grita y luego se va a dormir contigo, no te acomoda el pelo, suele no decir toda la verdad, no te trae un pastel de chocolate o una sopa hecha en casa, no te encuentra sin previo aviso. La virtualidad suele ser el paréntesis entre dos personas que no están juntas. Mi amiga estará, pero no tocará mi puerta ni yo esperaré que lo haga. Que mierda es eso de saber y de aceptar que no puedes esperar lo que no existe, lo que no está.     

Sinónimos o afines de extranjero según la RAE: foráneo, forastero, alienígena, exótico, bárbaro, extraño, alien, meteco, afuerino, importado, gringo, extranjis. Es, y no me había percatado hasta ahora, una palabra que inspira dureza, distancia y rechazo y, que ni de cerca es capaz de acercarse a lo que significa tener dos vidas a la vez. El significado de las palabras no es gratuito, y por eso cada vez me gustan más las cosas que no tienen nombre.

Mi amiga siempre me ha dicho que migran los más fuertes. Cuando antes me paraba a pensar en eso nunca terminaba de darle la razón. Ahora tampoco, pero me queda claro que ella se hará la fuerte con los que deja y con los que encuentra. Lo hará simplemente porque sabe que no es justo que haga sentir forastero a nadie. En el mundo hay de 280 millones de migrantes extranjeros. La cifra nunca baja porque se pude dejar de ser migrante pero el extranjero acompaña siempre. 

 A mi amiga que se va, decirle por escrito lo que he dicho poco a la cara. Decirle que me va a faltar mucho más de lo que cree, que aprendí a quererla como se quiere a lo importante: de a pocos, por todo y a pesar de todo. Decirle que sé que todo va a estar bien porque tiene quién la cuida y a quién cuidar y darle las gracias eternas por hacerme sentir en casa. Quizás al final del día no tiene que preocuparse tanto por la mudanza porque es una casa andante.