Beneficios del colágeno para mejorar la piel

El colágeno y yo, Epicentro Tv

El colágeno y yo

Salimos a dar una vuelta las tres. Iba a venir un amigo pero eso de ser padre separado también te obliga a decir que no de vez en cuando. A veces pienso que entre las tres sumamos trescientas vidas. Tiene que ver con la forma de comernos todo, con lo que permitimos que nos destruya y con lo que nos reencarna, con nuestra alergia a la planificación y adicción a los pálpitos y con esa intensidad que no nos perdona ni una sola factura. Vistas de lejos yo diría que, el viernes noche, no se nos veía señoras "enseñoradas"; de cerca la arruga delata, pero la actitud compensa. Era una noche de esas en las que te das los titulares en un minuto, te ríes de los dramas al cubo y lloras las alegrías, reales o imaginarias. 

Era una noche noria y linda. La luna (heredé de mi abuelo el gusto por su compañía) nos hacía la reverencia mientras íbamos como saltimbanquis de un lugar a otro. Callejeando como en los viejos y en los nuevos tiempos. En uno de estos trayectos, en un pasaje lleno de bares y de jaladores, un chico que no debería tener más de veinticinco años se nos acercó y dijo a voz en cuello y con una sonrisa de esas que creen ser graciosas:"Entren a mi bar. Hay mucho colágeno". Yo, que soy de efecto retardado para algunas cosas, solo acerté a hiperventilar y a mirar a mis amigas que en veinte segundos pasaron de ser estar en modo Ghandi a ser poseídas por el espíritu de Jack el Destripador. 


No sé si el chico- colágeno desapareció de nuestro espectro visual porque sintió que su garganta y otras cosas corrían peligro o se fue a regalarles la promesa de la proteína a otras mujeres que iban sin hombre a la vista. La ofensa no la tragó ni la cerveza ni el sándwich de jamón del país ni el chilcano;se quedó ahí pegada cual virus. 

Un rato después y cuando ya se había sumado a nuestra noche el marido de una de mis amigas (por cierto, lo primero que hicimos fue contarle el agravio. Él de la misma edad, recién entrado a la base 50, simple y sabiamente se limitó a batir la cabeza). Como iba diciendo, un rato después y en otro bar de nombre muy alentador, salí a fumarme un cigarro. Ya sé que tengo que dejarlo. Ahí estaba yo, inhalando mi culpa, cuando pasó un grupo de hombres, el rango era entre cuarenta y cincuenta años, uno de ellos se paró frente a mí a menos de cinco centímetros y me dijo:" ¿Me invitas a tu cigarro?. Era un armario alto y con los cajones llenos de músculos sin déficit de colágeno. Me quedó claro que tenía una doble personalidad porque ese cuerpo, a su edad, era un trabajo de veinticinco horas al día.  No llevaba una ridícula camiseta apretada para marcar su confianza pero eso sí llevaba una premeditada camiseta de manga corta pese a que hacía un frío que pelaba. No me moví ni medio centímetro y le di mi cigarrillo con un cortante: "Quédatelo". Se quedó con mi cigarro pero no con mi espacio. Era un tipo fresco, ingeniero especialista en algo que estaba dando unas charlas por el mundo y que de vez en cuando pedía una calada a alguna extraña. Pensé que el bendito colágeno me estaba dando la noche con premeditación y alevosía. Claramente el hombre adulto colágeno pensaba que derretía todos los hielos a su paso, se sentía un regalador de bendiciones al que había que agradecerle su roce. Lo que no sabía es que soy de los Pirineos en donde es tan natural el frío como que el cromosoma XY se exude de manera natural hasta llegar al ataúd. Al cabo de un rato amablemente, les dije a él y a sus amigos que volvía al bar y entonces el armario, a modo de confesión, soltó: "Si a una veinteañera le hubiera pedido el cigarro (omitió lo de a diez centímetros. Distancia que trató de acortar todo el tiempo) se hubiera puesto nerviosa. Tú no". No le respondí, pero sentí que le había ganado un centímetro a esa idea de que las mujeres de base cincuenta vivimos delirando por colágeno fresco o enlatado.  

El viernes gané un centímetro y el sábado, me tuve que rendir a la evidencia y perdí todos los kilómetros. Almorcé con alguien que es prácticamente de mi edad y salió el tema de porqué algunos hombres catalogan a las mujeres según su capacidad, fase o etapa reproductiva. He de decir que fui yo la que sacó la conversación porque todavía no se me había ido el enfado de: "Entren a mi bar. Hay mucho colágeno". Por cierto, el jóven e imbécil jalador de bar que nos dijo eso no debe saber que se empieza a perder colágeno a partir de los 25 años. Bueno volvamos al almuerzo.  Lo que pretendía ser una conversación casi científica terminó en epifanía. El sostenía que no era así, que la mayoría de los hombres no se acercan a las mujeres, sentimentalmente hablando, pensando en si producen óvulos o no y que, además, hay muchos avances científicos que les permiten a las mujeres ser madres en y pasados los 50, también están los vientres de alquiler y demás y demás y todo lo demás. Dicho lo cual y pasados unos minutos, a borbotón, así a como salen las verdades que no se pueden controlar dijo que uno de sus anhelos (anhelo según la RAE: "deseo vehemente") era verse de mayor rodeado por 4 hijos que lo cuidaran y a quién cuidar junto a la compañera de su vida. Tiene prácticamente mi edad y puede cumplir su deseo vehemente no cuatro sino diez veces hasta los 80 años si encuentra el colágeno adecuado. En realidad desde que lo conozco tiene ese anhelo pero como soy de efectos retardados no había reparado en que no somos coetáneos aunque lo parezcamos. Vivimos en siglos diferentes. Los hombres van perdiendo colágeno pero no todos los espermatozoides y eso los hace orbitar y latir de manera diferente de jóvenes, de adultos y de viejos. De repente sentí que a los cincuenta muchos hombres nos colocan en tierra de nadie: unos te ofrecen colágeno ajeno, otros te muestran su colágeno como si fuera un servicio público y otros te hacen ver que en sus anhelos siempre hay colágeno. Se olvidan los XY que sí, que tienen el tiempo a su favor pero las XX vivimos más. 

Tengo 51 años y nunca le he prestado demasiada atención a lo que se va descolgando porque me he pasado la vida colgada de los extremos, sigo soñando con todos mis sueños, las paredes que me han caído encima no me han dejado tetrapléjico el corazón, desde los veintidós mis hormonas han estado alteradas a causa del hipotiroidismo y mi caos es atemporal al igual que mi incapacidad para dejar de querer lo que no debo.    


Las mujeres con un pie en el piso cinco no somos yermas, ni nos gusta ser solo protagonistas de ucronías, ni nos conformamos con criar a los hijos que ya parimos y que seguramente no volveremos a parir, ni nos entusiasma la categoría de "milf", ni las polillas nos habitan, ni hemos perdido el colágeno de nuestros neurotransmisores y podemos engendrar y parir galaxias sin epidural. Muchas a los treinta y a los cuarenta vivimos anestesiadas, pero a los cincuenta estamos despiertas porque ya domamos o estamos en el trance de domar  nuestras culpas y  nuestras responsabilidades. 

Comer sano en sentido literal y metafórico es otra de nuestras responsabilidades, pero francamente no podemos vivir pensando cada vez que tenemos hambre en que el menú se reduce a: huevo, palta cebolla, manzana verde, conejo, cordero, piel de cerdo, piel de pollo, caldo de huesos, cartílago de ternera, cabeza de pescado, rabo de toro, pulpo, leche de cabra, langosta, bacalao con piel, castañas, manitas de cerdo, cerezas, frambuesas, fresas, kale, col rizada, kiwi, mandarina, limón, naranja, patas de pollo, nueces, almendras, cacahuetes, sésamo y chía. Tabla de alimentos para no morir sin colágeno. Además imaginen que nos invitan a cenar por trabajo, amor, amistad o interés sin título y, de repente, decimos: " Por favor, quiero un huevo en caldo de manitas de cerdo, con varias cabezas de pescado, bañado en reducción de cartílago de ternera al kale y extra de frutos secos en esencia de bacalao con piel. De postre: unas cerezas confitadas en chía rellenas de rabo de toro". ¡Impresionante!, ¿no creen?.

Este no es un alegato lastimero, este es relato de un cabreo monumental con amenaza incluida. Si supiera el joven de cuerpo e imbécil jalador del bar todo lo que ha ocasionado con ese:"Entren a mi bar. Hay mucho colágeno", se auto exiliaría de su propia existencia. Por cierto, mis amigas y yo volveremos a pasar pronto por su boulevard, iremos armadas de colágeno hidrolizado porque el que tiene la piel fina, el músculo caducado y las articulaciones en riesgo es él.