Duele

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Duele

Duele la muerte de Trvco. Duele que lo hayan asesinado mientras caminaba, desarmado, sin agredir a nadie, únicamente pidiendo que la calle dejara de ser ese lugar violento y peligroso en que se ha convertido.

Duele que su hija de 9 años sea una huérfana más, que tenga que crecer sin padre como han crecido los hijos de las víctimas del terrorismo y los de las víctimas del abuso estatal desde los 80 hasta el gobierno de Dina Boluarte.


Duele que este Congreso haya considerado que es justo amnistiar a quienes dejaron tantos huérfanos, violaron y abusaron sin freno y durante décadas se han burlado y se siguen burlando de la justicia y del dolor ajeno.

Duele que una niña de 11 años haya resultado herida con una bomba lacrimógena lanzada por la policía. Duele que no haya podido salir de la zona de los disturbios porque un agente las encerró a ella, a su mamá y a 4 niños más en un callejón sin salida. Duele que la pobreza haya llevado a su mamá a trabajar como vendedora ambulante y que haya visto en la marcha la oportunidad de ganar unos soles más

Duele que se haya destruido la vida de los suboficiales de tercera Luis Magallanes y Omar Saavedra, también jóvenes, entrenados en investigación de secuestros, hoy acusados del asesinato de Trvco y responsabilizados por los mismos jefes que los lanzaron a ellos y a muchos más a las calles a infiltrar la marcha. Esos mismos jefes, uniformados y civiles, que ahora los señalan, los dejan solos y que los han convertido también en parte del daño colateral mientras alucinan que tendrán un futuro de gloria.

Duele que, con disfraz de Bukele, el presidente sobrevuele la ciudad mientras la policía convierte la Avenida Abancay en una trampa mortal donde una mayoría de ciudadanos pacíficos solo pide vivir en paz y encuentra como respuesta la política de la asfixia.


Duele que haya 80 policías heridos, la mayoría de ellos porque no tenían suficientes equipos de protección, que es lo mínimo que debe llevar alguien que va a contener una manifestación que eventualmente pueda tornarse violenta.

Duele que el presidente, el primer ministro, el ministro del Interior y el comandante de la Policía, le hagan a la tropa un patético homenaje y entreguen una canasta de alimentos como si fueran los anémicos de un programa social cuando lo que necesitan es respeto, cascos y dotación para protegerse.

Duele que, se clasifique a las víctimas, y se valore diferente la vida y la integridad según sean policías o manifestantes.

Duele que el ministro del interior estigmatice a los estudiantes de la Universidad de San Marcos tachándolos de violentistas y manipulables.

Duele que la rectora de San Marcos, Jerí Ramón, guarde silencio ante las agresiones a la comunidad universitaria para no pelearse con el pacto en el que tan cómoda se siente.

Duele que la primera experiencia de protesta de muchos jóvenes de apenas 18 o 19 años haya terminado en un infierno de gases o incluso en agresiones físicas y detenciones de 48 horas.

Duele que los padres y familiares de detenidos hayan tenido que pedir caridad para conseguir abogados porque los de las ONG no pueden defenderlos. La razón es que este Congreso aprobó la ley APCI por la que queda prohibido que abogados de las ONG ejerzan la defensa de ciudadanos para litigar contra el Estado.

Duele el asesinato del chofer de combi Yober Romero, a quien la muerte encontró trabajando. Duele que su muerte no remueva conciencias y solo pase a engrosar la vergonzosa estadística.

Duele que los congresistas que gozan de protección que pagamos todos, desprecien el temor de los ciudadanos y acudan a la vieja e indignante fórmula de terruquear a quienes protestan.

Duele que esos congresistas se sientan satisfechos de su trabajo y encantados de haberse conocido, que piensen que merecen respeto y desconozcan que con sus leyes a favor del crimen se han ganado el desprecio del país. Un país que no es tonto y que no les cree la finta de esa repentina conciencia que los hace sacar con estruendo a una presidenta a la que han sostenido y los lleva, ahora, a pedir que se revoquen las leyes que ellos mismos hicieron y respaldaron.

Lo que más duele es pensar que nada va a cambiar. Que las investigaciones por estos crímenes y abusos correrán la misma suerte que las de los asesinatos en el inicio del gobierno de Dina Boluarte. Duele pensar que los congresistas seguirán aferrados a sus curules, mochándole el sueldo a sus colaboradores y haciendo campaña con el dinero de todos para perpetuar sus privilegios. Duele comprender que se seguirá gobernando por y para Lima haciendo peligrosamente más grande la grieta. Duele saber que los policías seguirán saliendo como carne de cañón a matar o morir. Duele tener la certeza de que los extorsionadores seguirán sembrando el terror y el caos y que en muchos casos recibirán la protección de agentes estatales.

Duele lo que vivimos esta semana. Duele que la vida de quienes piden un país mejor valga tan poco. Duele el Perú. Y el único analgésico es la justicia.