Por Anuska Buenaluque

Después de larga y tensa espera, Pedro Castillo, maestro, exsindicalista, campesino y rondero chotano, juramenta como presidente del Perú en el año del Bicentenario. Todos los matices de la simbólica ceremonia y lo que encierran palabras y gestos.

Soy chacarero, soy obrero, soy agricultor, soy rondero y soy maestro, a mucha honra”, decía cuando era candidato. Desde hoy es también el presidente del Bicentenario. Su sola caminata al Congreso para juramentar el cargo cambia para siempre la historia y él lo sabe. Representa a los que siempre fueron gobernados pero que nunca gobernaron.  Ahora tendrá que demostrar qué es capaz de hacer teniendo el poder, no peleando contra él.

Se fue al Congreso elegante como buen provinciano en día señalado, pero a su manera, ensombrerado y dejando la corbata para los que están acostumbrados. Será el presidente Castillo sin palacio. Ya ha anunciado que la Casa de Pizarro se convertirá en museo gestionado por el Ministerio de las Culturas, en plural. Al costado, su esposa, la mujer que no quería que fuera presidente y que ahora dormirá con uno. Se conocen desde la escuela, evangélica hasta la médula, seria con los desconocidos que ahora son casi todos los que la rodean, maestra de escuela, madre de tres hijos, recia mujer de campo que ya ha dado clase de elegancia con algunas respuestas: “Mi marido tiene unas ideas y el señor Cerrón tiene otras. El que va a gobernar es mi marido, al señor Cerrón solo lo conozco por la televisión”, declaró hace unos días.  

Hoy Vladimir Cerrón, el ex presidente de Junín y presidente del partido Perú Libre, quien siempre se ha definido como marxista- leninista- mariateguista, ha estado desaparecido en combate. No se sentó en el palco de honor, pero sí en el hemiciclo. Además de su hermano Waldemar, hay otros seis congresistas de la bancada oficialista que solo le rinden cuentas a él. Hacia dentro, Vladimir Cerrón hace valer su poder, organizando y desorganizado y hacia afuera, vía Twitter. Transparentar su papel y su real poder es la única manera de que Castillo no estrene gobierno con el sombrero de medio lado.

Él será el que rinda cuentas a la ciudadanía y por eso entró solo a juramentar.  De blanco y sin rastro de rojo, lo esperaba su única vicepresidenta, Dina Boluarte. En el palco de honor, sus padres: cajamarquinos, campesinos, iletrados, padres de nueve hijos contándolo a él. Su esposa, profesora como él, una hija ya con estudios superiores y otro a punto de empezarlos en la facultad de ingeniería y la pequeña, la que hace con él lo que quiere.

“Mi padre me llama y me dice que tengo que cumplir lo que prometo, que, si no, me desheredará”, contaba Castillo hace unos meses.  Ahí estaba Irenio, hoy escuchando y escribiendo mentalmente.

La presidenta del Congreso, María del Carmen Alva le tomó juramento.

Luego le tocó el turno a la vicepresidenta, Dina Boluarte. Nuevamente, la presidenta del Congreso hizo hincapié e incluso cambió el tono a la hora de decir: “jura por los… -silencio incomodo-… valores constitucionales”. Y ella juró por “Los Nadies” de Eduardo Galeano.

Una pequeña pausa aquí, porque a veces en los detalles está la riqueza. La presidenta del Congreso, María del Carmen de los juramentos y de los desplantes. Sus gestos eran propios de una noruega de sexta generación. Hizo sentir principio de hipotermia al presidente y la vicepresidenta, quizás como anticipo de la guerra fría que se viene.

Al presidente Castillo lo miraba de reojo y al expresidente Sagasti, directamente no lo quiso ver.

Volvamos al presidente Pedro Castillo y a lo que dijo en su mensaje a la Nación. Dejó en claro que su prioridad iba a ser luchar contra la pandemia, la reactivación económica y  educación e hizo anuncios a borbotones: pasar del 16% de la población vacunada al 70%  a final de año, unificar los sistemas de salud y que esta sea universal y gratuita, hospitales especializados en cada región, duplicar el presupuesto en educación, inyección de más de 5,000 millones de soles  de dinero público para obras de infraestructura descentralizadas en el corto plazo, generar un millón de empleos el primer año,  activar el Banco de la Nación como una entidad bancaria que otorgue créditos  a intereses razonables, meter a Petro Perú también en la fase de exploración, bonos para las personas afectadas por el coronavirus, crear el Ministerio de Ciencia y Tecnología, terminar con las brechas de conectividad,  ampliar y equipar rondas campesinas, no dar luz verde a proyectos extractivos que no tengan rentabilidad social, reconocer con plenos derechos a los pueblos originarios. De lo que no habló el presidente es ¿de dónde va a sacar el dinero? ¿Qué redistribución del presupuesto va a hacer? ¿Cómo y quién va a gestionar estos sectores?, porque hasta el día 30 no jurará el nuevo gabinete. También es todavía una incógnita cuánto esperará para mandar al congreso el proyecto de Asamblea Constituyente.

Lo que sí hizo fue lanzar mensajes semi tranquilizadores para aquellos que no votaron por él

Contó de dónde venía e hizo un repaso a la historia del Perú. Los hombres venidos de Castilla y los gobiernos post años 90 se llevaron la mejor parte.

En el hemiciclo estaba Felipe VI, Rey de España, pero como es un profesional, aguantó el tirón y se fue después con todos a comer tamales y sopa verde al Centro de Convenciones.

El presidente Castillo quería ir a la Plaza San Martín, símbolo de las marchas que él también encabezó como sindicalista, pero al final desistió. Las calles que recorrió entre gases lacrimógenos y arengas durante la huelga magisterial del 2017, ahora las transitó en carro blindado.  Asume un país enfermo, empobrecido, atomizado, que no se escucha y no se reconoce, Tendrá que gobernar todos los días y a todos y casi la mitad no solo no votó por él, sino que votó contra él. No tiene mayoría en el parlamento, tiene un partido prestado, tiene que confiar en mucha gente que no conoce. Y no puede permitir que su padre lo desherede.

Foto: Paul Vallejos/ Congreso de la República

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