A sus 15 años, Angélica, (llamémosle así), quiso vestir una minifalda que estaba muy de moda. “De esas que tienen pantis abajo”, dice a través de una entrevista por zoom desde su casa en San Martín de Porres, donde vive con sus dos hijos. Acepta dar su testimonio, aunque prefiere que no digamos su nombre real. Cuenta que ha sufrido violencia, humillación y maltrato durante toda su vida. El perpetrador ha sido su padre.

“Yo quería salir a la calle con esa minifalda. Me gustaba, pero mi papá me vio y me dijo ‘¿cómo vas a ponerte eso? Pareces una perra, una puta, una zorra’. Me sentí horrible. Me quise matar y tomé veneno”, narra.

Angélica es abogada y también la menor de cinco hermanos. Aunque ellos nacieron en Lima; sus padres son de Apurímac. Cuando vio la noticia de que Héctor Valer había agredido su hija alegando estar “educándola” le dijo a su mamá que "entendía todo”. Vivió lo mismo.

“A los siete años, me caí del segundo piso. La encargada de cuidarme era mi hermana. Por el golpe, me desmayé. Cuando desperté, vi a mi papá dándole de correazos. Él no quiso llevarme al hospital. ‘¿Para qué si ya se murió?’, dijo”.

Su padre también se encargó de propalar la noticia de su intento de suicido. Se lo comentó a sus suegros, el día en que los presentó. “’Ella ha intentado matarse, así que tengan cuidado, porque seguro los va a chantajear con eso’, les soltó en mi delante”, cuenta Angélica. “No dije nada. Pero, a veces le pregunto a mi mamá, ¿por qué lo tuvo que decir? Fue humillante”.

A los 19 años, salió embarazada. Su padre, que le había elegido la carrera, estalló en rabia y la obligó a pedirle perdón de rodillas. Sus hermanas le aconsejaron que haga lo que él le dijera. Era la única vía para que siguiera estudiando. Casi una década después, se pregunta, “¿por qué lo hice?”.

UNA CONDUCTA NORMALIZADA

La última encuesta de ENARES del 2019 arroja que el 68,9% de la población de entre 9 a 11 años sufrió violencia psicológica o física alguna vez en su vida. Durante la infancia, los más afectados son los varones, pero en la adolescencia, eso va cambiando. “Las niñas la pasan peor porque se vuelven objeto de deseo y se incrementa la necesidad de cuidar su conducta. El prestigio, el honor, el buen nombre de un hombre depende en gran parte de las mujeres de su casa. Les exigen que sean obedientes y ordenaditas”, explica la psicoterapeuta, Marta Rondón.

Usar la violencia para corregir a los hijos es una situación “normalizada” en el Perú, dicen expertos consultados EpicentroTv. Las figuras paternas la aplican para reivindicar su “masculinidad” que debe ir acompañada de una “mano dura”.

“Se tiene una mirada tutelar muy tradicional sobre los hijos. Se cree son propiedad de los padres y, por lo tanto, pueden hacer de ellos lo que quieran. Lo que Valer quiso decir es ‘miren que buen padre soy, ahora mi hijo es médico porque la corregí’”, señala Liz Meléndez, Directora Ejecutiva de Flora Tristán.

A Cristina Quispe, de 30 años, su padre, la consentía comprandole sus juguetes favoritos, el cachorrito que deseaba por su cumpleaños o llevándola de paseo a la playa junto a sus hermanos. “A los ojos del mundo, era muy bonito”, cuenta. “Decían ‘ah, miren, qué grandes los hijos del policía’ pero nadie sabía el nivel de control que ejercía sobre nosotros. Si rompías un vaso, te caía un castigo. Lo mismo si no sabías usar una tijera. Yo no me sentía una niña”, dice.

En los últimos ciclos de la universidad, pensó en cambiarse de carrera. Se lo comunicó a su padre y le propuso conseguir un empleo entretanto. “Me dijo, ‘tú no vas a trabajar. Si quieres hacer algo, te quedas aquí en la casa a limpiar y cocinar’. Decidí mudarme. No me permitió llevarme nada. Solo una mochila”, dice.


VIVIR CON EL AGRESOR

Maryam Velazco es adoptada, así lo comenta cuando narra su historia. Su “madre biológica” vive en la misma cuadra que la suya, en el distrito de Chancay, pero desde pequeña siempre se ha criado con sus tíos. Aunque ha crecido en un ambiente seguro y sano, no siempre fue así. A la edad de 5 años, su padrastro la asaltó sexualmente.

“Recuerdo clarísimo el episodio. Mi mamá me dijo que iba a salir. Llevaba puesto un vestido rosado. El tipo comenzó a tocarme. Yo no sabía qué hacer. A los minutos, ella regresa y encuentra la escena. Comienza a gritar y me dice ‘vete adentro’. Soltó algo como ‘¿qué haces? ¿por qué te dejas hacer esto?’. Lo primero que hice fue salir corriendo”, cuenta.

No fue la primera vez que ocurrió un episodio similar, de eso está segura. Solo el año pasado, decidió contárselo a su familia. El sujeto en cuestión jamás le ha pedido perdón ni tampoco ha intentando hablar con ella.

Lo ha vuelto a ver en reuniones familiares y cumpleaños. Su madre tiene ahora dos hijos con él.

“Deben haber cambios en las políticas públicas y también en el fuero de lo personal, de lo privado, en el ámbito de los sentimientos. Requerimos una educación sentimental totalmente diferente. Que no haga a las mujeres, hambrientas de amor y a los hombres, ávidos de violencia”, explica la ex congresista Rocío Silva Santiesteban.

En abril del año pasado, Silva Santiesteban junto a los miembros de la bancada del Frente Amplio presentó el proyecto, “Ley de Nuevas Masculinidades para la Igualdad de Género”. El objetivo, explica, era atajar el problema de raíz, con la idea de enseñar, desde la infancia, a desprenderse de los estereotipos impuestos por las normas sociales.

Aunque consiguió dictamen en la Comisión de la Mujer, la iniciativa no prosperó.

ROMPER “EL CÍRCULO”

Angélica tiene una niña de dos y un niño de siete. Son de padres distintos. Dice que el primero es un “buen hombre” aunque “muy controlador”. Por eso terminaron. El segundo, la maltrataba. “Cuando salí embarazada, no quiso reconocer a mi hija. Le dije que se haga una prueba. Siempre peleamos. Le he puesto un juicio por manutención”.

El daño que deja la violencia es un círculo que se repite, explica Rondón. “Los niños maltratados van a ser perpetradores de violencia contra las mujeres y las niñas maltratadas van a ser víctimas de violencia. Para ambos, hay consecuencias”, dice.

Mientras que los hombres sufren trastorno psicopático, las mujeres padecen ansiedad, depresión y estrés postraumático. En 2016, cuando el papá de Cristina enfermó de los riñones, ella quedó a cargo de su cuidado. Separado de su mamá, se encontraba solo y sus hermanos, aunque se preocupaban, no lo visitaban a menudo. Ella sí. Lo veía todos los fines de semana, sin embargo, en un punto la carga se hizo tan pesada a causa de sus insultos y reacciones agresivas que la llevó a intentar suicidarse.

“Él empezó a decir que mi novio era una basura. Que no me merecía, que era un cualquiera. Pensé entonces que quizá yo era el problema, porque era el canal que tenía para que botara todo lo que llevaba dentro. Y dije, mejor salgo de aquí, desaparezco”.

Los médicos le han confirmado que sufre depresión, Trastorno Afectivo Bipolar (TAB) y Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Angélica, por su lado, ha sido diagnosticada con Trastorno Límite de Personalidad (TLP).

“Yo creo que los niños y niñas tienen derecho a tener otra oportunidad de modelos de aprendizaje. Quizá no los que tuvimos nosotros ni nuestros padres, pero lo merecen. Está en nuestras manos y en el de las autoridades cerrar filas para hacer de la igualdad un principio fundamental en la educación pública”, explica Liz Meléndez.

A Maryam Velazco la ayudó contar con el apoyo incondicional de sus papás. En la universidad también recibió terapia para superar el trauma. El año pasado, formó “Camelia” un emprendimiento de ropa femenina que “prioriza lo cómodo con estilo”. Sonríe a la cámara al hablar del tema. “Yo estoy bien”, asegura.

El padre de Cristina falleció en 2020. Decidió no ir a visitarlo cuando su enfermedad se agravó. Aunque su madre le reclamó e insistió, optó por su paz mental. Lo mismo ocurre con Angélica, quien evita a toda costa a su padre, aunque viven en la misma casa, pero en diferentes pisos. Dice que él todavía despotrica contra ella y sus hermanas. Piensa, dice, que van a aprovecharse de él si su salud se deteriora o que le harán daño deliberadamente. Su madre, quien solo fue a la escuela durante el primer año de primaria, aún vive junto a él.

“Hay que regresar sobre ese concepto de patriarcado para entender que implica la idea de que los padres puedan corregir a los hijos con violencia. Lo que hay que hacer con los hijos e hijas es darles poder para enfrentar la realidad. Lo más terrible, lo que más duele, es que las personas que más te quieren, te insulten”, dice Rocío Silva Santistebán.

Los padres y madres de estas tres mujeres que accedieron a contar su historia para EpicentroTv también han sido maltratados, vejados y abandonados por sus progenitores. Ellas, por su lado, aseguran que no están dispuestas a permitir que continúe perpetuando el círculo de violencia.

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